AURRERA en Belchite

/ Javier González de Durana /

Tapa de arqueta en el alcantarillado de las calles del Belchite nuevo.

Recientemente pude cumplir un deseo muchas veces aplazado: conocer el pueblo viejo de Belchite, aquel que Franco ordenó que permaneciera tal cual salió de la guerra civil, destruido por completo, para que funcionase como «testimonio de la barbarie roja» con la siguiente promesa: «Yo os juro que sobre estas ruinas de Belchite se edificará una ciudad hermosa y amplia como homenaje a su heroísmo sin par». La verdad es que la población resultó machacada en su totalidad por los ataques de los dos bandos contendientes, pues en distintos momentos de la guerra ambos ejércitos controlaron la localidad unas veces y la atacaron otras. Pero no sólo tenía curiosidad por el pueblo devastado, cuya contemplación encoge el corazón. También quería conocer el pueblo nuevo de Belchite, construido al lado del viejo para dar vivienda a las 3.500 personas que allí lo habían perdido todo.

Y no sólo allí. La destrucción ocasionada por la guerra civil puso en evidencia la necesidad de reconstruir el desolado paisaje arquitectónico en gran parte del país. En 1938, el bando vencedor creó el Servicio Nacional de Regiones Devastadas con este fin. Terminada la contienda, aquel Servicio se convirtió en la Dirección General de Regiones Devastadas y Reparaciones, organismo que, dependiente del Ministerio de la Gobernación, extendió su actividad hasta el año 1957. El nuevo Belchite fue planificado y construido por esta Dirección General. Tenía ganas de pisar sus calles porque las realizaciones tanto de esa Dirección General -reconstruyó Gernika e intervino mucho en Éibar, Amorebieta y Elgeta- como las desplegadas por el Ministerio de Agricultura con los poblados creados por el Instituto Nacional de Colonización siempre me han parecido, al margen de la política que los hizo posible, muy buenas y a veces admirables. Tras recorrerlo con detenimiento, Belchite me pareció uno de estos últimos casos.

«Ejes principales y vías de penetración; ordenación clara de calles y plazas, que conduzcan sin vacilación ni rótulos a los centros vitales del pueblo; la ‘plaza del Ayuntamiento’ con carácter, soportales y ambiente dispuesto para la fiesta popular, donde se sitúe el casino, baile, frontón, cine, etc.; la ‘Casa del Movimiento, estratégicamente situada para su función rectora en desfiles y concentraciones; la ‘Iglesia Parroquial’, con su esbelta torre como término airoso de perspectivas, y la plazuela con los atrios y rincones, que invitan al comentario sobre siembras y cosechas mientras se fuma el cigarro al sol a la salida de misa mayor; el ‘paseo del pueblo’, en la zona verde que se establece alrededor del estanque regulador de riegos, cuyas aguas se renuevan cada veinticuatro horas. El centro bancario y zona de comercios dando vida a la plaza principal, y los pequeños centros cívicos y grupos escolares, con sus recreos y campos de deportes», así describió el arquitecto Antonio Cámara en el número 1 de la revista Reconstrucción el pueblo que se quería levantar.

Tras el conflicto, España vivió años de enorme necesidad económica y escasez de recursos propios, situación que se vio aumentada por la nula inversión extranjera hasta el final de los años 40. Esto llevó al gobierno a adoptar una política basada en la autosuficiencia económica, la intervención del Estado y el aislamiento-incomunicación con el exterior. Tal situación de pobreza explica la diligencia puesta por Regiones Devastadas para que todo volviera pronto a una nueva normalidad, no sólo para recuperar la actividad económica, sino como propaganda hacia el régimen franquista con el fin de ensalzar su aparente amparo y magnificencia.

Para llevar a cabo esta labor, se necesitó un cuerpo burocrático de gran eficacia y agilidad, formado por buenos arquitectos, ingenieros y aparejadores. De forma paralela a la creación de Regiones Devastadas, en 1939 se instituyó la Dirección General de Arquitectura, cuyos Servicios Técnicos estuvieron fuertemente sometidos a las directrices de la fascista Falange Española. Estos fueron los profesionales encargados de la reconstrucción del país tras la guerra. Su labor se caracterizó por la necesidad de adaptación ante la escasez de materiales y por la imposición del régimen de utilizar dicha reconstrucción como herramienta política y propagandística. No obstante, «los esquemas organizativos de estas poblaciones son a menudo una mezcla sorprendente de los conceptos de racionalización propios de la tradición moderna revestidos de un ropaje ruralista y folklórico tradicional”, describió con acierto Ignacio Solá-Morales. Un trabajo que ha abordado bien, hasta donde yo conozco, la batalla de Belchite y la construcción de la nueva población es éste que enlazo aquí.

Concretamente, el nuevo Belchite es una muy cuidada población planeada con esmero, llena de pequeños múltiples detalles de diseño que no pretenden llamar la atención, pero que están a la vista y otorgan variedad, movimiento y singularidad a cada calle, a cada edificio, a cada perspectiva. Todo lo contrario a la uniformidad. Como es lógico, el paso del tiempo y los cambios en costumbres y actividades laborales han propiciado múltiples transformaciones en el interior de las viviendas y alguna que otra en el exterior de ellas, pero no son muchas. La conservación y el mantenimiento es, en general, bueno; lo peor es lo más moderno: el «empaquetado» del frontón que existió a cielo abierto para convertirlo en un edificio multiusos.

Construida la población por presos políticos bajo el régimen de «reducción de penas por trabajo», estos vivían en un campo de concentración, «la pequeña Rusia», cuyos barracones se conservan intactos en las inmediaciones sin ninguna limitación de acceso y visita. Las obras empezaron en 1940 y concluyeron en 1954.

La portada del primer número de la revista Reconstrucción tomó una imagen del Belchite viejo, dibujada por Antonio Cobos, como símbolo de lo que quería fuera su tarea.

Parte superior del campanile de la iglesia en el nuevo Belchite, modernizando maneras del mudéjar aragonés con su uso preferente del ladrillo. Antonio Cámara escribió: «En cuanto al carácter definitivo de este conjunto, todavía es motivo de estudio y razonamiento. La influencia mayor, indudablemente, fue mudéjar, pero aún hay reparos en aceptar esta arquitectura como característica para Aragón (…). En realidad, es difícil definir un sentido de arquitectura nacional en un país como el nuestro, eternamente influenciado por multitud de causas; especialmente cuando nos llama la historia con sus realidades y el progreso nos fuerza a la evolución. Las únicas limitaciones en verdad son las de clima, temperatura, régimen de lluvias y vientos y materiales. Volveremos a filosofar sobre la historia y el porvenir y que Dios nos ayude para acertar con el carácter de la ciudad hermosa y fina de silueta, donde se recortan airosas las torres y campanas que cantan la jota popular».

Todo lo anterior ha venido para poder decir que en las calles de Belchite descubrí que las tapas de las arquetas del alcantarillado fueron realizadas por la empresa AURRERA, fundada en 1888 por Fernando Alonso Millán, ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, y accionista del ferrocarril Bilbao-Portugalete. Dedicada a la elaboración de chapa y la fundición de piezas para válvulas, calefactores y calderas, fue pionera en este sector metalúrgico, especializándose en la producción de tuberías de hierro colado para agua, vapor y gas, siendo líder de este campo hasta los años 70. Se hallaba situada en Sestao, junto a Altos Hornos de Vizcaya, La Naval y Astilleros del Nervión, pegada al ferrocarril de Bilbao-Portugalete y al Nervión. La empresa quedó inactiva en 1994. Pero no sólo fueron las tapas; esa especialización de AURRERA le llevó a hacerse cargo del sistema el alcantarillado en el nuevo Belchite.

Los servicios de distribución de agua potable y alcantarillado encomendados a la empresa vizcaina fueron de suma importancia para un pueblo que entonces aún era mayoritariamente agrícola: «La captación se realiza en el término de Almonacid de la Cuba. Una conducción de 5.741,11 m. lleva el agua a los depósitos regulados situado a 450 m. al sur del nuevo Belchite, con capacidad para 1.136.430 metros cúbicos y desde ellos parte la red de distribución. La dotación asignada es la de 396.400 metros cúbicos al día, y el caudal medio 4,58 litros por segundo. La red de alcantarilla vierte, previo paso por la estación depuradora y después de haber sido engrosado su caudal por aguas procedentes de piscina del campo de deportes, en la acequia de riegos situada al NE del nuevo Belchite, fuera de su casco urbano», decía la descripción de toda la obra nueva ofrecida por Reconstrucción en el número 127, 1er cuatrimestre de 1955, dedicado íntegramente a la neopoblación aragonesa con abundantes planos y fotografías. Dejo aquí el enlace a la totalidad de los ejemplares de esta estupenda revista.

No he encontrado vínculos estrechos entre los responsables de AURRERA y el régimen franquista. Sus anuncios publicitarios no aparecían en la revista cultural falangista Vértice, lo cual durante los años 40 era casi obligatorio para quien quisiera partir piñón con las fuerzas económicas del Estado, publicidad que sí compró la inmensa mayoría de las empresas y fábricas vascas, desde las grandes, Altos Hornos de Vizcaya y Euskalduna, hasta pequeños comercios de pueblos. Tampoco compró publicidad en la revista Reconstrucción, donde lógicamente proliferaban las empresas cementeras, contratistas de obras, hormigones pretensados, aceros, piedras y mármoles…, incluso arquitectos privados. No se puede decir que por ahí AURRERA se ganara la simpatía del régimen, así que sólo cabe pensar -hasta que los datos, de haberlos, digan otra cosa- que los encargos recibidos desde los ministerios españoles fueron debidos a su buen hacer.

En sus primeras épocas AURRERA alcanzó una gran popularidad gracias a los radiadores de calefacción doméstica, modelo «Pajarita».

Una de las últimas realizaciones de AURRERA, que todavía puede verse en el espacio público, es la barandilla que bordea el paseo junto a la ría en Portugalete

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