/ Javier González de Durana /

El primer lunes de octubre se celebra el Día Mundial de la Arquitectura. Esta fecha sirve, desde 1985, para reflexionar sobre el estado de los asentamientos humanos y el derecho fundamental a un alojamiento digno y en condiciones. Con tal motivo durante esta presente semana, a partir del lunes 4 de octubre, se están celebrando numerosos actos culturales en diversas delegaciones de los Colegios Oficiales de Arquitectura regionales. Esta es mi pequeña aportación visual.
Tal día como pasado mañana de hace 150 años, el 8 de octubre de 1871, la ciudad de Chicago ardió y gran parte de ella, particularmente su área central, quedó completamente destruida a lo largo de las tres siguientes y pavorosas jornadas. Fue el mayor incendio urbano conocido hasta el momento y cuyas causas pudieron conocerse y documentarse bien al punto de que, por lógica, se derivaron consecuencias. Su reconstrucción -más bien, reinvención- trajo novedades urbanísticas y arquitectónicas que vinieron a conformar el modelo de ciudad que, a grandes rasgos, hemos conocido hasta hace poco. Se determinó que las instalaciones industriales no estuvieran entremezcladas con los edificios residenciales, sino alejadas de estos, por una parte. Por otra, se impulsó la construcción de inmuebles cuyos principales materiales utilizados para sus estructuras portantes fueran el acero y el hormigón, abandonando la madera, lo cual, a su vez, permitió levantar edificios de mayor altura para alojar más pisos y viviendas que en los inmuebles anteriores.
Liberados de los rígidos y voluminosos muros de carga interiores y exteriores, la estructura metálica de los edificios tuvo dos consecuencias: una, la liberalización del diseño de las plantas, las cuales se hicieron flexibles para adaptarse a diversos y cambiantes usos, y, otra, la independencia de la fachada respecto de la estructura portante. El interior de los edificios ganó en luminosidad gracias a los grandes ventanales que ahora eran posibles. Esto fue fantástico, en un primer momento, para almacenes e instalaciones comerciales, que ganaron en amplitud y luz internas, además de capacidad para reordenar con facilidad las funciones laborales y servicios. Más tarde también estas ventajas se aplicaron a edificios de oficinas y residenciales. Dado el mayor peso de los nuevos edificios y el suelo pantanoso sobre el que estaba asentada la ciudad, para estos nuevos y elevados edificios se inventó la losa flotante de hormigón armado como base firme. También trajo la necesidad de incluir ascensores para el traslado vertical seguro de personas a los pisos más elevados (los montacargas para mercancías ya se usaban desde años atrás) y, en consecuencia, se inició la electrificación de la arquitectura residencial. El cuerpo de bomberos se incrementó y modernizó.
Todo esto es bien conocido. Dos décadas más tarde en Bilbao se vivió un proceso parecido, pues el primer edificio construido en España con hormigón armado fue la fábrica harinera «Ceres», en el muelle de La Merced entre 1899 y 1900, diseñado por el arquitecto Federico Ugalde, hijo del propietario del negocio, caso bien estudiado por Joaquín Cárcamo y Jaume Rosell. Después vinieron otros edificios industriales, como la Alhóndiga de Ricardo Bastida, un almacén, y otros equipamientos municipales durante los primeros años del siglo XX. Pero el primer edificio residencial por pisos levantado con estructura de hormigón armado fue el número 4 de la calle Iparraguirre, el cual, no casualmente, también fue diseñado por Federico Ugalde en 1907, tras la amplia experiencia que en pocos años había acumulado.
Traigo este recuerdo aquí porque, debido a una circunstancia fortuita, tengo en mis manos la colección completa del semanario londinense The Illustrated London News del año 1871 y me ha parecido curioso el conjunto de grabados con el que el periódico informó a sus lectores del dramático suceso norteamericano a lo largo de los meses de octubre y noviembre. Estos grabados estaban acompañados, naturalmente, por informaciones escritas que permitían entender mejor y con mayor detalle lo que las imágenes mostraban. Algunos ofrecían aspectos de cómo había sido la ciudad antes de su destrucción, otros la presentaban como una suma de ruinas desperdigadas, sin que faltasen algunos más en los que la población afectada (uno de cada tres ciudadanos perdió su vivienda) mostraba su desamparo y fueron muchos miles de personas, pues la ciudad había tenido un crecimiento acelerado en muy poco tiempo, alcanzando los 300.000 habitantes en 1870.
El devastador suceso tuvo repercusión internacional, más en Estados Unidos que en Europa, lo cual era lógico, pero uno de los medios que más atención le concedió fue The Illustrated London News, poniendo un énfasis especial en las imágenes, veintitrés, las cuales no he visto que circulen por internet, así como otras procedentes de otros periódicos sí lo hacen. La mayoría de estos dibujos carecen de firma, si bien en alguno se reconocen las iniciales C. R. Parecen hechos por al menos tres o cuatro autores distintos que no tuvieron que imaginar nada, pues se advierte que sus descripciones tienen la verosimilitud de lo visto y sentido de cerca sin pretender cargar las tintas dramáticas. La fotografía no se había incorporado aún a los medios de comunicación.
El número de fallecidos por el fuego es desconocido, pero no menos de 150 cuerpos fueron hallados, aunque los no encontrados, por carbonización, ahogamiento en el lago Michigan u otras causas, se estima que pudieron ser muchos más.





















