Larga vida a la Sala Rekalde

/ Javier González de Durana /

Mientras en otros territorios del País Vasco se destruye el tejido artístico destinado a la difusión y apoyo a la producción de arte contemporáneo, en Bizkaia las instituciones dedicadas a esos fines se refuerzan y reverdecen. En Gipuzkoa, el centro de producción Arteleku cerró hace tiempo y lo que iba a sustituirlo nunca funcionó, desapareciendo sin que nada viniera a ocupar el sensible vacío dejado; el Koldo Mitxelena Kulturunea, por otra parte, a causa de las obras de reforma parcial en que se encuentra, ahora no dispone de sala, desviando su actividad expositiva de arte actual a los pequeños espacios Ataria y Claustro en el Convento de Santa Teresa, suponiéndose que la situación anterior se recuperará, de manera mejorada, cuando finalicen las reformas. En Araba se anunció hace pocas semanas la lamentable clausura definitiva de la Sala Amarika. Frente a esta desasosegante desaparición de infraestructuras artísticas surgidas a finales de los 80 y principios de los 90, Bilbaoarte hoy se expande, crece y multiplica, y la Sala Rekalde renueva sus instalaciones y modifica su acceso para aproximarse a otras instituciones artísticas en Bilbao.

Alameda de Recalde 30 fue edificio promovido por la empresa vidriera Delclaux en 1933 (arq, Emiliano Amann) y durante décadas la planta baja funcionó como su espacio comercial. Tras ser adquirido el inmueble por la institución foral para ubicar en él algunos de sus departamentos, la planta baja se convirtió durante la segunda mitad de los años 80 en una ocasional sala de exposiciones temporales en la que hubo un poco de todo con preferente orientación hacia el arte. El espacio expositivo estaba desnudo y crudo, sin ningún tipo de acondicionamiento. Esa condición descarnada planteaba múltiples inconvenientes para exponer al tiempo que también ofrecía algunas ventajas y virtudes. Aquellas exposiciones convencieron a la Diputación de que el espacio era ideal para quedar dedicado permanentemente a la difusión del arte contemporáneo: amplio, accesible, situado en el centro de la ciudad y de su propiedad.

Tomada la decisión, se acondicionó el ámbito como sala de exposiciones y su habilitación se encomendó en 1989 a Juan Ariño, arquitecto madrileño especializado en el diseño de espacios museográficos, catálogos y montajes expositivos. El proyecto de Ariño fue, en mi opinión, perfecto, al convertir en sala la parte más ancha de la planta, situada en el centro de la parcela, y hacer convivir con vidas paralelas, pero separadas, las entradas de las oficinas forales y de la sala, a la izquierda y a la derecha de la fachada, respectivamente. Superados ambos accesos, se entraba en los vestíbulos-recepción de las dos entidades y, tras ellos, la sala pasaba a apropiarse de casi toda la anchura de la planta y gran parte del fondo que restaba. Debe recordarse que cuando se acondicionó Rekalde no existía el edificio foral en la parte trasera de la parcela, hacia la calle Iparraguirre, en donde había un pabellón bajo cuya principal función era ser acceso y muelle de carga y descarga para las necesidades generales de la institución. El actual edificio en Iparraguirre se construyó a mediados de los años 90, con Rekalde en plena actividad expositiva.

Ariño concibió el acceso a la sala, en consecuencia, por la Alameda de Recalde, pues era y es su fachada principal orientada a una calle con mucho tránsito ciudadano y destacada vida comercial. En 1989 la calle Iparraguirre era de importancia menor, una tranquila vía de barrio. El Museo Guggenheim Bilbao (MGB) no estaba aún en la mente de nadie y resultaba difícil imaginar que al comienzo de esta calle, allí donde sobrevivían ruinas industriales y pabellones portuarios junto a la ría, habría alguna vez un museo.

Sin embargo, aunque entonces fue invisible, sí existió un punto de contacto entre la Sala Rekalde y el MGB. Lo explico: Juan Ariño era el diseñador habitual de Carmen Giménez, conservadora del Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, quien, a su vez, durante los años 80 había comisariado algunas exposiciones en Bilbao, tanto para el Museo de Bellas Artes como para el Banco de Bilbao en su palacete de la plaza de San Nicolás. Giménez era, por tanto, bien conocida en Bilbao y cuando la Diputación decidió acondicionar la Sala Rekalde le preguntó a quién podría encargarse la tarea y ella aconsejó que fuera Ariño. Este recibió el encargo y diseñó la sala en 1989, las obras de acondicionamiento se realizaron en 1990 y el nuevo espacio se inauguró en la primavera de 1991. Paralelamente, a finales de 1990, Giménez fue la persona que puso en contacto a Thomas Krens con las instituciones vascas. Sin duda, Bilbao le debe un reconocimiento a esta mujer.

Volviendo al diseño de la sala, considero remarcable el modo en que Ariño creó varios espacios entre la fachada a la calle y la puerta de acceso a la sala propiamente dicha. En primer lugar, entre los accesos a oficinas y sala habilitó un espacio de unos 60 m2, unos 5 de fondo por 12 de ancho, un escaparate beneficiado por tres grandes ventanales. Su idea era que fuese un lugar para presentar algunas obras de la exposición que hubiese dentro de la sala con el fin de actuar como gancho o atractivo visual, animando a la gente a pasar al interior y ver la muestra completa. En algunas ocasiones se utilizó con esa idea, pero en otras oportunidades el escaparate sirvió para presentar pequeñas exposiciones e instalaciones de artistas jóvenes a los que se ofrecía esa espectacular visibilidad.

A la derecha, puerta de acceso a la Sala Rekalde; en el centro los tres grandes ventanales del escaparate; a la izquierda y fuera de la imagen, puerta de acceso a las oficinas de los departamentos forales.

A continuación se llegaba al vestíbulo que, a su vez, se dividía en varias zonas: por una parte, a la derecha y frente al acceso, la recepción que incluía un pequeño guardarropa y, tras ella, una discreta sala de vídeos aislada por un muro de cristal; por otra parte, a la izquierda, la zona de baños y los servicios de iluminación y limpieza; y en el centro, una generosa antesala conducía directamente al espacio expositivo. La antesala era tan espaciosa que permitió celebrar numerosas conferencias, debates, conciertos y presentaciones de libros para hasta medio centenar de personas sentadas, además de acoger unas pequeñas exposiciones en vitrinas adosadas a los muros que se denominaron procesos de trabajo. Los pilares estructurales del edificio quedaban embebidos entre los tabiques y los materiales utilizados fueron el mármol travertino y la madera, en tonos ocres claros. Fue un vestíbulo cálido, elegante y culturalmente intenso. Ariño dijo en cierta ocasión «no hay nada más revolucionario que el refinamiento» y aquí lo dejó plasmado.

El conjunto de espacios previos funcionaba, además, como amortiguador acústico, impidiendo que el ruido de automóviles procedente de la calle penetrara en la sala de exposiciones, donde, a pesar de situarse apenas a 20 metros de distancia del intenso tráfico, se lograba un silencio absoluto. La sala era un rectángulo de 800 m2 (20 por 40 aprox.) organizado a partir de quince pilares distribuidos en cinco filas transversales de a tres. La distancia de cada pilar respecto a los situados a su alrededor era la misma, al igual que la distancia de los muros laterales respecto a las filas longitudinales de pilares más cercanas a ellos. Era de una precisión matemática y, a la vez, flexible, pues permitía ordenar el espacio mediante muros móviles con numerosas posibilidades de adaptación, así como, en caso de necesitarlo, reducir el espacio útil o subdividirlo. Cada pilar estaba forrado con pladur que no tocaba el suelo y, así, por debajo escondía carriles para tomas de electricidad. De igual manera estaban concebidos los muros perimetrales. La altura general, casi tres metros. Entre cada cuatro columnas, en el techo había grandes bañadores cuadrados de luz indirecta. Los carriles de iluminación se distribuían con regularidad a lo largo de los muros y alrededor de las fuentes luminosas del techo. Las tomas de corriente eléctrica eran posibles en cualquier lugar de la sala, a no más de tres metros de distancia.

Más allá de la sala estaba el almacén y la rampa de acceso de camiones desde la calle Iparraguirre, así que la sala podía funcionar cara al público sin que el acceso principal se viera afectado por operaciones de carga y descarga. Esta zona estaba compartida con los departamentos forales instalados en los pisos superiores.

El logotipo que se utilizó durante aquella primera década era el dibujo esquemático de la planta baja del edificio con colores que diferenciaban las funciones de cada zona. Así, el rojo era el vestíbulo, los grises claros indicaban zonas de exposición, el gris oscuro señalaba las áreas compartidas por Diputación y Sala Rekalde, y el negro sugería sectores exclusivos de la Diputación.

A principios de la primera década de este siglo, 2003-04, con la dirección de la sala en manos distintas, se reformaron completamente todos los espacios preambulares, eliminándolos, para conseguir un espacio único de 340 m2 que dejaba los pilares y el techo al descubierto, en un gesto un tanto rudo a la manera en que el Musée d’Art Moderne de París había transformado uno de sus ámbitos poco tiempo antes: «Una arquitectura en cuya base inicial también debe sufrir indefiniciones (…) una nueva forma de ver y estar en el mundo, una arquitectura que va mas allá de ser un espejo del presente. Derribo y vaciado de revestimientos, falsos techos, tabiques, etc. para descubrir el espacio en su verdadera dimensión. Lo que sirve se deja«, señalaron el arquitecto Paul Basáñez y el escultor Ibon Basáñez, encargados de la remodelación, quienes idearon una «pragmática adecuación que ha primado la versatilidad, indiferencia y rapidez frente al rigor, la precisión y la finura«.  No dejaron mucho. El ordenado y acogedor refinamiento espacial y material de Ariño desapareció para dar lugar a un ámbito más informalmente abierto -propio de tiempos líquidos- en el que cualquier acción podía suceder en cualquier lugar. El espacio expositivo no se tocó. Tiempo después la idea del escaparate fue recuperada en parte.

Recientemente Rekalde ha acometido otra reforma de calado al abrir un nuevo acceso de público desde la calle Iparraguirre, sin anular el existente en Alameda de Recalde. El trabajo lo ha realizado Xortu Arquitectura Íntegra. El propósito del nuevo acceso es acercarse al espacio urbano en que confluyen la Alhóndiga, el Museo Guggenheim Bilbao y el Museo de Bellas Artes, tratando de absorber y ofrecer otra propuesta artística a parte del público que circula entre ellos. La posición es buena, está en el centro de ese triángulo. Larga vida a la Sala Rekalde.

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