/ Javier González de Durana /

El número 125 de la revista av proyectos, de reciente publicación, es un monográfico dedicado a las rehabilitaciones con cambio de uso en antiguos edificios industriales, acometidas en diferentes partes del mundo. Me gusta el concepto que aplican al asunto, pues no se habla de «patrimonio industrial», como ha sido frecuente entre nosotros hasta ahora, sino de «patrimonio social» considerado desde un «presente cívico». Es decir, se trata de patrimonio por la vía de la cultura y es social por un civismo que hoy respeta los vestigios industriales por lo que representan de nuestro pasado y por lo que son como bienes susceptibles de reutilización en tiempos que exigen reducir la huella de carbono. Industrial fue el pasado de esos edificios, su origen, la razón por la que surgieron, pero su función fabril desapareció hace tiempo para entrar en un estado de afuncionalidad que la progresiva degradación física termina por convertirlos en escombros o en apariencia de escombros porque estos edificios, aunque devorados por la vegetación y con abundantes daños menores, nacieron para que sus estructuras aguantaran enormes presiones y sus espacios interiores se amoldasen con flexibilidad a cualquier demanda de los usuarios.
Esa afuncionalidad, el deterioro y la peligrosidad que esto último representa, muchas veces, no es algo acontecido por las inercias económicas y productivas de la industria, sino una estrategia de sus propietarios para llevarlos, vía abandono, a la ruina física o económica y, en consecuencia, a la posibilidad legal de derribarlos antes de que alguna ley o normativa patrimonial de los Departamentos de Cultura obligue a su conservación. Eso último conllevaría la pérdida de la posibilidad de utilizar los suelos que ocupan en operaciones inmobiliarias consideradas más rentables. Aunque esa legalidad puede sortearse a la vista de lo ocurrido con el pabellón Tarabusi, el cual, protegido desde que se elaboró y aprobó el listado de diecinueve industriales a preservar en Zorrotzaurre,, ha sido derribado con la excusa de que su estructura se encontraba «en mal estado» (de ser esto cierto ¿por qué se permitió que llegara a ello, si cuando se decidió su preservación pactada entre las instituciones no lo estaba?) y la promesa de que el bloque que se va a construir en su lugar tendrá «idéntica estética» (miedo da).

Derribo del pabellón superviviente de la empresa Tarabusi, en Zorrotzaurre, el pasado mes de noviembre. Aunque Tarabusi existía como empresa desde 1940, en 1964 fue cuando se levantó este edificio construido según el proyecto del ingeniero industrial Santos Olaizola. La «isla del talento y la innovación», en vez de aplicar esa inteligencia innovadora a la preservación de nuestra memoria industrial, se sustenta sobre su demolición.
El principal artículo en la revista está escrito por Ricardo Flores y Eva Prats con el título de «Patrimonio emocional», utilizando otro adjetivo que remite a una sensibilidad nueva y responsable hacia esta herencia que hemos recibido porque «lo que hace patrimonial un edificio no es su catalogación, sino la memoria colectiva, lo que ha sido, la relación emocional que tantas personas han establecido con él. Es por eso por lo que nosotros hablamos de cuidar no sólo el patrimonio físico sino también el emocional, ya que es tanto o más importante retener esta ambigüedad del tiempo ahí atrapado». Flores & Prats constituyen desde 1998 un estudio de arquitectura especializado en la intervención en edificios industriales. Prats trabajó en el estudio de Enric Miralles y Carme Pinós de 1986 a 1991, y desde el otoño de 2023 es profesora en la Accademia di Architettura di Mendrisio. Flores, por su parte, colaboró con el estudio de Enric Miralles de 1993 a 1998, y fue profesor invitado en la ETH Zürich entre 2019 y 2021.
El recurso a lo emocional, a lo social y a lo cívico puede parecer un tanto ingenuo cuando sobre el terreno se juega mucho dinero. Sin embargo, son valores que permanecen en el tiempo y cohesionan las comunidades. Frente a la propiedad del inmueble, argumentar sólo el valor económico de los edificios industriales -están ya construidos y en ocasiones en muy buen estado de conservación, susceptibles de ser utilizados por el propietario con unos nuevos usos con apenas unas pocas modificaciones o adaptaciones- no es suficiente porque, una vez recalificado el suelo como urbano y dotado de una elevada edificabilidad, el argumento económico pierde importancia, pues construyendo todas las viviendas a las que tendría derecho por la normativa del planeamiento así modificado el negocio proporcionaría al propietario un beneficio mucho mayor. Por el contrario, la comunidad alrededor perderá memoria social, seña de identidad y singularidad urbana. En ocasiones no es el valor económico lo determinante, sino el político, que también es económico en última instancia, pero dando varias vueltas alrededor del bien común para despistar.

La cubertera Dalia, en Gernika, fue derribada en 2024 para el museo-satélite que el Guggenheim quiere construir ahí y en las marismas de la ría con el decidido apoyo político de las instituciones vascas. El museo será escrupulosamente respetuoso con el medio ambiente, eso seguro -¿cuál no lo es hoy en día?-, pero las consecuencias económicas, urbanísticas y turísticas de su existencia ¿también lo serán? ¿En serio que aquellas espléndidas instalaciones no podían haber sido utilizadas por los servicios del museo?
«La nueva ocupación de ruinas industriales nos pone frente a construcciones gigantescas, de dimensiones muy generosas, donde pareciera que todo puede caber, que todo puede ser y en un silencio total. Grandes volúmenes de aire y cantidades de luz natural entran por lucernarios y ventanas enormes, llenándolo todo, y nos dejan pensando en la responsabilidad de usar ese lugar sin perder las cualidades materiales y de escala que tenemos delante», empiezan reflexionando Flores & Prats. En su opinión, el reto en utilizar edificios industriales está precisamente en cómo no hacer desaparecer lo que heredamos, que el nuevo programa de contenidos aproveche esa herencia, la gran capacidad física de los elementos que la conforman, pero también los grandes espacios vacíos que hay dentro, encerrados, un tesoro que ya no existe en otras áreas de la ciudad.
Esta cuestión hace que sea de total pertinencia, aún hoy, la pregunta de ¿qué es patrimonio?, ¿una fachada, un momento concreto de la historia del edificio, unos elementos de valor material, la decoración aplicada o simplemente la estampa de aspecto industrial que puede ser reinventada al margen de la original? No es eso, claro, son las capas de tiempo, se trata de no borrar lo existente al elaborar un proyecto de reutilización, de incorporar lo que existe como una cualidad, como la cualidad que el tiempo otorga a las cosas y a los lugares; es una disciplina de trabajo. Para estos dos arquitectos rehabilitadores el patrimonio «son los restos, las huellas que nos permiten imaginarnos qué somos«.
Flores & Prats van un poco más lejos cuando sostienen que «criterios normativos relacionados con el confort, el aislamiento acústico o término deberían tener, en nuestra opinión, menos peso en los proyectos de rehabilitación, donde precisamente el atractivo de lo encontrado está en su condición primitiva y salvaje, a veces abierta y expuesta al clima«.

Edificio de Kössler Ibérica, en Astrabudua. La estructura del edificio diseñado por Luis Lorenzo Blanc y Jesús Tribis en 1952 era de hormigón, con dos naves principales de 80 metros de longitud, 16 de anchura y 11 de altura, a la que se les sumaba una tercera nave auxiliar de 18 metros también de largo. El edificio tenía unos 7.000 metros cuadrados. Fue derribado en 2014.
La revista presenta los casos de extraordinarias rehabilitaciones y cambios de uso en grandes edificios de Ciudad de México y Puerto de San Blas (México), Barcelona, Tarragona, Cortrique (Bélgica) y Brooklyn. Son proyectos en los que el resultado final no contempla la eliminación de maquinarias , aunque estén incompletas, ni la eliminación de las huellas dejadas en los muros por la actividad fabril, aunque parezcan manchas que no lo son, ni sustituye las cristaleras de los ventanales por otras nuevas, sino sólo los cristales rotos. Esto significa que no es necesario que todo se encuentre impecablemente impoluto, como recién hecho, prístino, sino que es suficiente con que se encuentre saneado y decente. Proyectos en los que la introducción de nuevos materiales se relaciona bien con los que ya había y los grandes espacios no se fragmentan con subdivisiones que hacen incomprensible cómo fue en origen su condición diáfana y de gran altura. Se trata, en definitiva, de proyectar en complicidad con el pasado del lugar. O sea, lo que pudimos hacer en Euskadi con nuestro enorme ayer industrial y no hicimos.
La revista también incluye una entrevista, «De parches y remiendos», con el equipo BURR, estudio fundado en 2020 por cuatro jóvenes profesionales, quienes cuando empezaron a trabajar juntos se encontraron con muy pocas oportunidades y las que surgían eran siempre en torno a las preexistencias que, tanto en el caso de las naves industriales como en el de los pisos antiguos, estaban en muy malas condiciones, una situación ante la que entendieron que era mejor no luchar contra esas irregularidades, sino asumirlas y potenciarlas. Un buen ejemplo, el suyo.

Derribo de la fábrica El Casco (Éibar, 1938-39), arq. Raimundo Alberdi Abaunz, el pasado 2021. Tenía el máximo nivel de protección según la Fundación Do.co.mo.mo. (Documentation and Conservation of buildings, sites and neighbourhoods of the Modern Movement) Ibérico. Sólo se ha conservado la puerta de entrada.
En efecto, son muy sugerentes los términos «patrimonio social» y «patrimonio emocional» que aunque puedan ser aplicados a otros patrimonios construidos encajan como anillo al dedo, en esta tercera década ya del s.XXI, con las herencias que en los dos siglos anteriores nos legó la industrialización. Por otra parte, la visión sobre el trato que en el País Vasco tan industrializado le hemos dado a nuestro reciente pasado construido es desoladora y las ilustraciones reflejan con verdadera crudeza la realidad.
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Muchas gracias, Joaquín. Tú y yo llevamos más de cuatro décadas en esto, pero siempre tengo la sensación de que estamos al comienzo de la tarea. Un abrazo y mantengamos el espíritu.
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