/ Javier González de Durana /

Desde mi punto de vista, el del Sagrado Corazón es uno de los monumentos menos atractivos de Bilbao, al mismo tiempo que el más visible. Con sus 40 metros de altura y situado en el centro de una plaza donde que confluyen dos importantes vías urbanas, es difícil que pase desapercibido a la mirada desde cualquier punto de la ciudad en que un observador se sitúe. Promovido durante la dictadura de Primo de Rivera, en momentos que la iglesia católica sentía menguar el inmenso poder que ostentó durante siglos, e impulsado por sectores políticamente muy conservadores, no cabía esperar que el resultado formal -en un monumento de esa naturaleza y con tales padrinos- fuese moderno o, simplemente, innovador; podría decirse que en aquel momento tuvo actualidad por estar concebido y realizado en su presente, sí, pero con un sentido regresivo, pues, al estar basado en hiperbólicas formas artísticas de un tiempo pretérito, resultaba tan anacrónico como grandilocuente y retórico.
Su principal impulsor civil fue la organización Apostolado de la Oración y la Universidad de Deusto acogió la presentación pública de las maquetas que, como anteproyectos, optaron a hacerse con el encargo. Su pesado estilo neogótico resume bien tanto las ideas tradicionalistas del momento como la decidida voluntad por perpetuarse. No es de extrañar, por tanto, que durante los años 40 el franquismo militante lo utilizase como escenario para sus fascistas gesticulaciones patrióticas y que en los laterales de su base se mandase cincelar los nombres de decenas de «caídos por Dios y por España», retirados décadas después, ya en democracia. Si esta construcción se hubiese erigido durante dictadura franquista es muy posible que, con la Ley de Memoria Histórica en la mano, habría sido demolido o resignificado hace tiempo, pero al tener su origen en la dictadura precedente apenas ha sufrido estigmatización a pesar de que ambas dictaduras respondían al mismo aliento ideológico, un bronco autoritarismo cuartelario. No queda otra: Bilbao también fue en cierto momento una ciudad vaticanista en manos del clero y unas élites sociales que utilizaron los sentimientos religiosos para dejar claro quien ostentaba el poder.
El monumento diseñado por Pedro Muguruza Otaño y Lorenzo Coullaut Valera, ganadores del concurso convocado en 1923, fue inaugurado en 1927 y como ya ha sido estudiado con detalle en otro lugar, me abstengo de describirlo aquí. Fueron numerosos, más de sesenta, los equipos compuestos por arquitecto + escultor que se presentaron al concurso, entre ellos los bilbaínos Manuel Galíndez + Moises Huerta, Tomás Bilbao + José Capuz, Mario Camiña y Diego Basterra + X-Keller…
Pedro Muguruza (Elgoibar, 1893-Madrid, 1956, título en 1916) tenía relación con Coullaut desde que decidió ampliar su formación artística y acudir al taller del escultor para mejorar sus dotes como dibujante, lo cual les llevaría a funcionar, a partir 1917, como colaboradores en trabajos de arquitectura. La trayectoria profesional del vasco fue espectacular tanto en España como en Estados Unidos con maneras eclécticas en las que entraban tanto el racionalismo como el eclecticismo, plasmados en rascacielos, palacetes, museos y estaciones de ferrocarril. Tras la guerra civil, ocupó la Dirección General de Arquitectura, desde la que se hizo cargo de la construcción del Valle de los Caídos.
El jurado del concurso para elegir el diseño del monumento al Sagrado Corazón de Jesús estuvo integrado por Juan Arancibia, arquitecto y en aquel momento alcalde maurista de Bilbao con el apoyo de la Liga de Acción Monárquica, Ricardo Bastida, arquitecto municipal, Marcelino Odriozola, también arquitecto municipal, Miguel Blay, escultor, Enric Sagnier i Villavecchia, arquitecto de Barcelona -cuyo estilo, debido a su vinculación con la Iglesia y con sectores políticos conservadores (tenía el título pontificio de marqués de Sagnier, concedido precisamente en 1923), fue menospreciado por las nuevas corrientes arquitectónicas del siglo XX, sobre todo, por el racionalismo-, un arquitecto diocesano en representación del Obispado y tres representantes del Apostolado de la Oración. La orientación del dictamen que se iba a tomar estaba clara.

Monumento al Sagrado Corazón de Jesús al poco tiempo de inaugurarse.
No son bien conocidas otras propuestas que se presentaron a concurso, pero quiero traer aquí la que, en la fase de preselección, obtuvo uno de los terceros premios. Concebido por el arquitecto Casto Fernández-Shaw (Madrid, 1896-Madrid, 1978) y el escultor Juan Cristóbal, el conjunto se resolvía mediante una basa muy arquitectónica, de ambientación romántica, a la que se anclaba un fuste traslúcido interiormente iluminado que se elevaba hacia el cielo, coronándose con la figura del Sagrado Corazón, que parecía flotar sobre la luz: una indefinida y delicuescente columna iluminada produciría sensación de ingravidez en la estatua. Pertenece a un conjunto de obras de Fernández-Shaw con marcado énfasis escenográfico con un acento teatral que se rastrea en las apelaciones a la luminotecnia. Un sincretismo con exultante puesta en escena por la que los efectos disolventes del tratamiento de la luz convertían la enfática monumentalidad de la columna en un rutilante faro científico-tecnológico-futurista, francamente contradictorio con la figura religiosa que exaltaba en lo alto. La idea de faro quedaba subrayada por dos haces de luz que surgirían desde la parte superior de la columna en direcciones opuestas, los cuales, paralelamente, darían la impresión de ser los travesaños de una cruz, una cruz entre la materialidad vertical y la inmaterialidad horizontal.
Fernández-Shaw, en otros trabajos suyos, sumaba a su inspiración las morfologías naturales y las teorías en torno al origen (de ahí la forma del huevo que utilizó en refugios, hangares o monumentales cenotafios) transmutadas por su poderosa imaginación en evocaciones de índole animal, vegetal, geológica o atmosférica que traen a la memoria la iconografía expresionista de autores como Bruno Taut, Hermann Finsterlin, Rudolf Steiner e, incluso, Antoni Gaudí. Sin olvidar un grupo muy importante de obras suyas que se adscriben a lo más profundo del movimiento funcional-racionalista con una fuerte impregnación expresionista en la transmisión de emociones que iban más allá de la propia arquitectura. En otros trabajos, el estilo de las construcciones navales y aeronáuticas mutaba en juegos expresivos donde confluían por igual el experimentalismo estructural y el simbólico. La propuesta de Casto Fernández-Shaw+Juan Cristóbal hoy nos parecería artísticamente igual de poco interesante que la de Muguruza+Coullaut, pero al menos quedaría claro que para una intención muy conservadora se intentó una tímida puesta al día.
