Javier González de Durana
Las elecciones municipales francesas quedaron paralizadas el pasado 16 de marzo. La primera vuelta se había celebrado la víspera, domingo 15, y se esperaba que la segunda ronda del itinerario electoral tuviera lugar el domingo siguiente, 22 de marzo, pero las circunstancias sanitarias provocadas por el covid-19 aconsejaron a Enmanuel Macron retrasarlas hasta una fecha que todavía hoy no ha sido fijada. En París la candidata y actual alcaldesa, Anne Hidalgo, ganó esa primera vuelta con un 30’2 % de los votos, más de 8 puntos por encima de la segunda aspirante, Rachida Dati, exministra de Nicolas Sarkozy.
A la espera de lo que resulte en esa segunda vuelta, me parece interesante echar una ojeada al modelo de ciudad que el equipo de Hidalgo plantea y, mirando de soslayo, ponerlo en comparación con nuestro PGOU bilbaino. Hidalgo ha liderado una revisión radical de la cultura de movilidad de la ciudad desde que asumió el cargo en 2014: (1) prohibió la entrada a los vehículos más contaminantes, (2) desterró los automóviles del muelle del Sena y (3) recuperó espacio de calles para árboles y peatones. Ahora, dice, París necesita ir un paso más allá y remodelarse para que los residentes puedan satisfacer todas sus necesidades, ya sea por trabajo, compras, salud o cultura, dentro de un círculo cuyo centro es la propia puerta de la casa de cada vecino y la circunferencia no supere los 15 minutos de distancia a pie.
Incluso en una ciudad densa como París, que tiene más de 21.000 residentes por kilómetro cuadrado, la aplicación de la idea requeriría una especie de anti-zonificación, una deconstrucción de la ciudad. Se trata de avanzar no hacia la planificación urbana, sino hacia la planificación de la vida urbana: una transformación en profundidad de un espacio todavía altamente monofuncional, con la ciudad-centro y sus diversas especializaciones, hacia una ciudad policéntrica. La meta es ofrecer esta calidad de vida en distancias cortas, la cronotopía, y acceder más fácilmente a las seis funciones sociales urbanas esenciales: habitar, trabajar, aprovisionarse, cuidarse, aprender y descansar. También busca reconstruir la solidaridad en ciudades donde el anonimato va unido al sentimiento de soledad y sufrimiento. Así, la mejora de la calidad de vida consistiría en reducir el radio de acceso para llegar a estas funciones, esto es, tenerlas al alcance de la mano. Ese objetivo requeriría crear un tejido urbano más integrado en el que las tiendas se mezclan con los hogares, los bares con los centros de salud y las escuelas con edificios de oficinas.
La idea de entremezclar muchos usos dentro del mismo espacio urbano, sin embargo, choca en gran medida con la planificación que ha sido habitual durante la segunda mitad del siglo pasado, pues entonces se buscaba separar las áreas residenciales de las zonas comerciales de entretenimiento, industrias y oficinas. La segregación geográfica de usos resultaba lógica en los comienzos de la industrialización, cuando las fábricas urbanas contaminaban y ponían en riesgo a la salud de los vecinos cercanos. El automóvil intensificó aún más esta separación, pues provocó la zonificación al estilo suburbano, lo cual condujo a una época de colegios gigantes en las afueras a los que el alumnado debe llegar mediante flotillas de autobuses, grandes tiendas-almacenes a los que se tiene que acceder en automóvil y masivos polígonos industriales y parques de oficinas, todos aislados entre sí y atendidos por redes de carreteras y estacionamientos.
Muchas ciudades están desplegando estrategias similares a ésta. Barcelona, Londres, Melbourbe, Portland, Amsterdam, Estocolmo… tratan de relanzar la vida hiperlocal de los barrios, entendidos como microciudades dentro de la gran urbe. Se trata de acercar la demanda del habitante a la oferta que hay, de garantizar una combinación funcional mediante el desarrollo de interacciones sociales, económicas y culturales, de alcanzar una densificación significativa. Al tiempo, aumentarán los espacios públicos de reunión y se optimizarán los servicios gracias a la tecnología digital y los modelos colaborativos, con el objetivo de que las calles se lleguen a convertir en espacios de movilidad sin carbono para recorrerlos a pie o en bicicleta.
En París, gracias a su origen preindustrial, esto no es difícil, pues el núcleo histórico de la ciudad está densamente poblado y ya disfruta de una combinación de usos bastante próximo al concepto de ciudad de 15 minutos. Melbourne, por ejemplo, donde el hábitat residencial se halla muy expandido, lo tendrá más complicado. En Bilbao resulta más fácil por sus reducidas dimensiones urbanas y, de hecho, puede que sus históricas zonas centrales (Casco Viejo y Ensanche) ya dispongan de algunas de esas ventajas, aunque no sucede lo mismo en los barrios de la periferia.
Paris otorgará más espacio en las carreteras a los peatones y las bicicletas, con carriles de automóviles reducidos o eliminados. La planificación tratará de dar múltiples usos a los espacios públicos y semipúblicos, de modo que, por ejemplo, los patios escolares diurnos puedan convertirse en instalaciones deportivas nocturnas o simplemente en lugares para refrescarse en las calurosas noches de verano. Se incentivarán los puntos de venta más pequeños, tanto librerías como tiendas de comestibles, así como los talleres de fabricación de artículos con la etiqueta «Hecho en París» como herramienta de marketing. Todos tendrán acceso a un médico cercano (e idealmente a un centro médico).
Los automóviles estarán prohibidos cerca de las escuelas cuando los niños y niñas lleguen y salgan para que puedan caminar y andar en bicicleta de forma segura. La ciudad fomentará una diversidad de negocios locales que posibilite volver a conectar a las personas con sus vecindarios y, tal vez, conseguir que ésta sea una forma de desalentar la adicción a las compras en Amazon. París tiene relativamente poco espacio verde, por lo que la ciudad está incorporando vegetación a los patios escolares y se quiere abrir el acceso de estos nuevos «parques» a los vecinos los fines de semana como un nuevo lugar para relajarse. Se construirán otros dos grandes parques desde cero, y la ciudad también quiere plantar «bosques urbanos», matorrales de árboles en plazas públicas y en antiguos estacionamientos.
En cuanto a espacios verdes Bilbao tiene la ventaja de contar con Artxanda al norte y el Pagasarri al sur -nuestro cinturón de aire puro, praderas y arbolado gracias a que son montañas, ¡menos mal!-, pero el área ya urbanizada es mucho menos verde de lo que debería. Evidentemente, al calcular la ratio de m2 ajardinados y boscosos por cada habitante del municipio nos sale una cifra muy pinturera, pero la realidad es que su distribución no está equilibradamente repartida por toda la superficie del municipio.
Se ofrecen algunas imágenes acerca de cómo podría ser París más autosuficiente y orientada al vecindario. Véase una imaginaria intersección triangular de calles, similar a muchas que existen en París: hay un espacio público para peatones, pero sigue estando cercado por automóviles, tanto en movimiento como estacionados, y el espacio realmente seguro para los peatones queda limitado (imagen 1). Después de una transformación del estilo propuesto, varias calles del vecindario han sido despojadas de automóviles y ya no actúan como rutas de paso; esto genera nuevos espacios públicos, con un pequeño parque en un extremo y un jardín para los residentes en el otro; nuevos árboles, techos y balcones verdes, y una fuente ayudan a mitigar el efecto isla-de-calor y convertir el área en un lugar más agradable; mientras tanto, el paso de cebra ha aumentado en tamaño, dando mayor prioridad a los peatones (imagen 2). Debe reconocerse que algo semejante a esta idea ha sido aplicado en muchos cruces de calles de Bilbao durante los últimos años, con bastante acierto, para ampliar las aceras peatonales.


El objetivo de este plan sería avanzar hacia un nuevo modelo de vida urbana con multicentralidades, rompiendo con un urbanismo funcional segmentado que da lugar a una gran segregación espacial y social, fuente de malestares y tensiones sociales. Igualmente, con el redescubrimiento de la proximidad se trata de regenerar el sentimiento de afecto hacia los lugares vivenciales de cercanía, la topofilia, para crear unas indispensables nuevas urbanidades.
Toda esta estrategia urbana fue concebida antes de que el coronavirus irrumpiera en nuestras vidas personales y en la vida de las ciudades que habitamos. Podemos dar por seguro que, sabiendo lo que sabemos ahora mientras vivimos la pandemia, todas estas reformas tomarían un sesgo mucho más acentuado.
El articulador de este plan es Carlos Moreno, Profesor y Director científico de la Cátedra ETI, IAE París – Universidad Pantheón-Sorbona. Su idea conecta con el planteamiento de la autora y activista estadounidense-canadiense Jane Jacobs. Ella desarrolló y difundió el concepto de «ciudad viva». Jacobs en su libro de 1961 La muerte y la vida de las grandes ciudades americanas escribió sobre la importancia que tiene la proximidad del vecindario, pues permite a los habitantes sentirse más arraigados y seguros: «Un vecindario, no es solo una asociación de edificios, sino también una red de relaciones sociales. Un entorno donde los sentimientos y la simpatía pueden florecer«. Este tema ha sido explorado por otros investigadores, como el geógrafo Torsten Hagerstrand, quien desarrolló el concepto de «geografía del tiempo». A pesar de todas las buenas intenciones sobre «construir comunidades, no solamente casas«, todavía se crean muchos lugares donde su publicidad dice que puedes «vivir» o incluso tener «el estilo de vida que te mereces«, pero donde tienes subir a tu automóvil para hacer casi cualquier cosa.
Creo que la Cronotopía es una visión utópica y simplista de la sociedad actual.
Es una recreación de las ciudades amuralladas de la Edad Media, que resolvían prácticamente todas las necesidades excepto la entonces muy importante del sector primario, dentro de un recinto acotado.
Es verdad que muchas funciones se pueden incluir en un radio de un cuarto de hora, pero de ahí a que sean utilizadas por todos los miembros de la comunidad hay un abismo.
Por ejemplo la decisión de dónde trabajar depende no solo de la cercanía a la vivienda, sino también del tipo de trabajo, especialidad, remuneración económica, etc. No digamos de las grandes industrias que dificilmente se pueden integrar el barrio o distrito que propone la Cronotopía.
Igual pasa con la elección del colegio de los hijos, ir a un teatro, dónde viven tus amigos y familiares etc.
Además recientemente han irrumpido nuevas formas de trabajar y comprar (teletrabajo y telecompra) que cambian radicalmente la situación y el modo de usar la Ciudad.
Valorando la buena y loable intención de los promotores de la Cronotopía, creo que el debate de como debe ser la Ciudad es mucho más complejo y en el mismo se debe tener en cuenta la aparición de los nuevos modos de trabajo, comprar, relaciones sociales, cultura, etc. que están apareciendo con la irrupción del mundo digital.
Lo que ha pasado con el confinamiento de la pandemia es muy significativo. Se ha trabajado en casa, comprado por internet, reuniones familiares y de amigos por videoconferencia, etc.
Por supuesto que debemos recuperar el contacto social directo, sin una pantalla por medio; pero es indudable
el modo de relacionarse está cambiando muy rápidamente.
Estoy de acuerdo con la mezcla de usos urbanos que enriquecen y hacen más humana la ciudad, pero el problema de cómo debe ser la ciudad del futuro es un reto que que desde mi punto de vista no tiene en este momento una respuesta clara.
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Hola, José Luis, muchas gracias por tu bien argumentado comentario. Tienes razón en que es absurdo -por resultar imposible- que todas las personas puedan realizar todas sus actividades cotidianas en el área urbana señalada por un círculo de cuyo centro parte un radio alrededor de 15 minutos de distancia. La actividad cotidiana que veo más difícil de ajustar a este plan es la del trabajo, pero pienso que gran parte de las demás actividades cotidianas pueden caber dentro de ese círculo, lo que no impide que si alguien quiere ver una película en concreto, asistir a una representación teatral singular o comprar la fruta en un comercio donde sabe que la tienen especialmente jugosa no vaya a otro barrio distinto del suyo, más allá de los 15 minutos. Evidentemente si ese alguien quiere realizar una actividad no cotidiana, como coger un avión para volar a otro continente o contemplar una obra de arte excepcional del Renacimiento, se verá obligado a ir a un aeropuerto o a un museo que conserve obras maestras, los cuales -ni aeropuerto ni museo de esas categorías- caben en un barrio (sobre todo lo primero).
Tampoco creo que es lo que se pretende e París ni a lo que deberíamos aspirar los demás. La cronotoia me parece que se plantea como una meta sin pretensión de llegar a ella en un sentido absoluto y pleno, sino como un horizonte de orientación. Lo que creo que se plantean en París es incentivar y estimular la vida del vecindario en los barrios. Por supuesto, esta estrategia consistente en mezclar usos debería estar acompañada por otras fuerzas y acciones urbanísticas, la cual estamos en estos momentos de pandemia lejos de imaginar cuáles puedan ser. Esta incógnita, en todo caso, lejos de ser atemorizante, me parece que plantea retos muy estimulantes que los urbanistas tenéis que afrontar.
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Yo he vivido en ciudades medianas-grandes la mayor parte de mi vida pero hace un año me mudé a una de poco más de 1000 habitantes, es decir, un pueblo (así lo llama la gente de aquí: el pueblo).
Una de las cosas que me ha llamado la atención son los espacios multiuso. En el denominado casal, hay un bar separado por una cristalera de un espacio de unos 200 m2 en el que por la tarde juegan los niños al salir del colegio (incluso van en bicicleta o patines), sobre todo en invierno, cuando fuera es oscuro y hace frío.
En el mismo espacio hay clases dirigidas de estiramientos un poco más tarde, se celebra la fiesta de nochevieja, carnaval, etc.
En el colegio hay sesiones de yoga cuando ya no quedan niños…
En el polideportivo tiene lugar las fiestas de verano: bailes, desayunos populares…
Este multiuso de espacios no es tan frecuente en las ciudades grandes, donde todo está más especializado, generando escasez de uso en muchos de ellos.
Por imaginar puedo llegar a pensar que se podrían utilizar las oficinas de los bancos como pequeños espacios de estudio o coworking fuera de los horarios comerciales.
Y las salas de actos de los colegios como cines o teatros.
Y las dependencias municipales como salas de exposiciones.
Utilizar los patios de los colegios como zonas verdes o para deportes…
Con todo ello me refiero a que la ciudad de los quince minutos no es tan utópica si nos acostumbramos a compartir y racionalizar el uso de los espacios.
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Muchas gracias por tu comentario, Xavier, con el que estoy de acuerdo, sobre todo con esa idea de compartir espacios y funciones. Lo que cuentas de tu pueblo es muy bueno y provechoso para todos. En efecto, en las ciudades es más complicado, pero déjame que te cuente que yo paso la mayor parte de la semana en una aldea de 14 habitantes y bajo a una gran ciudad dos o tres días a la semana. No es que en la aldea tengamos grandes necesidades de compartir espacio, disponemos de un txoko para reuniones y comidas en lo que fue antigua escuela y no se necesita mucho más. Salvo en una ocasión en que quisimos utilizar la iglesia para un festival artístico y la jerarquía eclesiástica local nos puso todas las pegas del mundo y eso que sólo se utiliza para hacer una misa el día de la festividad local y, muy de tarde en tarde, cuando hay algún fallecido para ser enterrado en el cementerio que existe aquí. Pues hubo que recurrir al obispo de la diócesis para lograr el permiso y menos mal que, siendo un hombre mucho mayor que el cura local, resultó ser mucho más comprensivo y abierto. Ahí disponemos de un bonito, singular y gran espacio comunitario que sólo se utiliza una vez al año. El resto del tiempo, vacío, y algo más sí que podría hacerse, con respeto al lugar, claro. Pero las dificultades absurdas la verdad es que desaniman mucho. Un saludo.
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